Las zapatillas de carrera están previstas en su mayoría de una suela que aguanta a la perfección el impacto. El responsable de que esto suceda es una cámara de aire que aísla nuestro pie del suelo. Cuando corremos desempeñamos una gran presión sobre las zapatillas, y esto es precisamente lo que hace que éstas se resientan poco a poco y dejen de desempeñar la labor para la que han sido creadas. Concretamente se estima que unas zapatillas de carrera pueden aguantar bien entre seiscientos y ochocientos kilómetros, dependiendo del trato que las demos.
Cuando una zapatilla es nueva la suela muestra un aspecto mullido y cómodo, y a medida que pasa el tiempo este aspecto va desapareciendo, ya que la presión que se desencadena sobre ella la va comprimiendo, haciendo que sea más dura y absorba mucho menos el impacto del golpe. Esto enseguida lo notaremos, ya que al correr sentiremos el impacto directamente sobre la planta del pie y por consiguiente esto afectará a las articulaciones de la pierna. Cuando esto sucede es que ha llegado el momento de retirar las zapatillas y comprar otras.
Es importante que siempre estemos pendientes de la suela, por ser la parte fundamental del calzado y la que tiene la funcionalidad mayor. El resto de las zapatillas no nos tiene ni que interesar, ya que en muchos casos parece que éstas están en perfectas condiciones aparentemente, y la suela está destrozada y ya no funciona como es debido ni como debe hacerlo. Por ello nunca nos debemos guiar por las apariencias a la hora de evaluar una zapatilla de carrera.
Un truco para conservarlas al máximo es utilizarlas solo para correr, evitar hacer otro tipo de deportes con ellas o caminar con ellas. Limpiarlas siempre y secarlas después de correr para que la suciedad no las estropee, y además es fundamental guardarlas en un lugar en el que no les de la luz del son directamente, ya que se resecarán demasiado y se puede agrietar la suela y perder parte de efectividad.