De las minas se puede extraer más carbón si se aumenta el número de vagonetas donde cargarlo y de mineros que las llenen. Con más vagonetas, sin contratar más mineros, no crece la producción. En el caso de los 'fat burners' (o 'quemagrasas') ocurre lo mismo.
"Pongamos que el carbón es la grasa corporal y los mineros, el nivel de actividad física o consumo de energía por parte del metabolismo. Las vagonetas son la L-carnitina (la estrella de los 'fat burners'). Por más vagonetas que introduzcas en la mina, si la cantidad de mineros se mantiene, no extraéremos más carbón. Así que si no haces más ejercicio, por mucha L-carnitina que tomes, no quemarás más grasa, asegura Juanjo Oya, biólogo e instructor de artes marciales. Juanjo, que ha entrenado a agentes de policía, recuerda que sus propias hermanas creyeron en el milagro de L-carnitina: "Perder grasa sin hacer esfuerzos físicos, comiendo de todo y en dos días. Al final le dieron la razón. No funcionó".
L-carnitina, glucagón, metionina, taurina, colina, inosina, lecitina, piruvato, efedra, óxido nítrico, ácido linoleico conjugado, creatinina... Son algunos nombres de las sustancias más conocidas popularmente como 'quemagrasas', traducción del inglés 'fat burners'. El Instituto Médico Láser (IML) recuerda en su web (www.iml.es) que esta denominación se remonta a los años 90, cuando Neal D. Barnard escribió el libro 'Foods that Cause You to Lose Weight: the Negative Calorie Effect' ("Los alimentos que pueden hacerte perder peso: el efecto de las calorías negativas). Barnard defendía que algunos alimentos contienen menos calorías que las que el cuerpo invierte en su digestión, por lo que al comerlos pierdes peso. Sin embargo, según el IML, "no existen alimentos con calorías negativas y/o con propiedades quemagrasas, ya que en sí tanto la denominación como su base fisiológica son erróneas.
¿Qué no hay que hacer?
La Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO) publica en su página web (www.seedo.es) una serie de conductas que recomienda evitar en relación con este tipo de productos.
Nunca sigas tratamientos farmacológicos sin registro oficial o en los que no se especifique su composición cuantitativa y cualitativa.
Evita utilizar fórmulas magistrales (cápsulas milagrosas) en las que se mezclan diferentes compuestos, como hormona tiroidea, diuréticos, anfetaminas, laxantes, cola de caballo, etcétera.
Recuerda que la hormona tiroidea no sirve para tratar la obesidad y, además, favorece el consumo de proteínas y disminuye el calcio óseo, acelerando la osteoporosis.
Está demostrado que el uso de gonadotrofinas, diuréticos y laxantes no tiene ninguna indicación en el tratamiento de la obesidad.
Olvida las dietas rápidas. La mayoría funcionan a costa del agua corporal y la masa muscular, y no de las grasas. Su éxito radica en que prometen pérdida de peso sin someterse a dieta y sin cambiar de hábitos.
Lo barato sale caro. Sus peligros para la salud son muchos: depresiones, psicosis, cuadros de ansiedad, hipertensión, arritmias cardíacas, fibrosis renal, tirotoxicosis, etcétera. Además del temido "efecto yo-yo".
¿Cuándo y cómo funcionan?
La eficacia de estas sustancias quemagrasas se debe a la práctica deportiva. Sin ejercicio, estos productos no hacen nada.
El caso típico es el del deportista que practica musculación con un programa muy intenso y un gran desgaste, sometido a una fuerte disciplina física y dietética. Cuando este culturista se va a presentar a competición y está en época de máxima preparación, puede recurrir a productos quemagrasas que acabarán de definir el músculo al eliminar los restos de grasa.
Los más populares son los que contienen L-carnitina, que es un aminoácido que actúa introduciendo los ácidos grasos dentro de la mitocondria de la célula. Ahí es donde la célula quema la grasa para obtener la energía que necesita y así mantenerse viva. Las células sintetizan su propia L-carnitina si es necesario. Así que, si le suministramos más de la que necesita, sin obligarles a trabajar más, no conseguiremos nada.
El algodón no engaña
En su blog, el Dr. José Enrique Campillo expone el modelo matemático que desmonta la existencia de los milagros quemagrasas.
El catedrático de Fisiología en la Universidad de Extremadura afirma que "algunas cremas adelgazantes, en su agresividad publicitaria, llegan a hacer promesas concretas. Por ejemplo, una de ellas proclama que aplicada sobre la piel de la cintura es capaz de reducir 4 cm de cintura en 40 minutos".
El doctor Campillo compara la cintura con un cilindro cuya altura sería de unos 10 cm. La diferencia entre el volumen que tendría el cilindro al principio (76 cm) y 40 minutos después (72 cm) será de 474 cm cúbicos. O sea, que la crema habría disuelto casi medio kilo de grasa en poco más de 30 minutos.
"No sabemos el destino de esa grasa disuelta. Es dudoso que se elimine vía renal. Sólo cabe que se metabolice. Si así fuera, dado que cuando se queman las grasas se producen 9 kcal por gramo, se habrían liberado 4.000 kcal en 40 minutos. Y ello, indefectiblemente, habría aumentado la temperatura corporal en varios cientos de grados. Se habría fundido la persona al completo".
Vamos, que los milagros no existen. Sólo la ironía, pues, pudo llevar a titular como 'Remedios mágicos y milagrosos para el tratamiento de la obesidad' la conferencia que el responsable del departamento de Fisiología de la Facultad de Medicina de Badajoz ofreció años atrás en Salamanca ante el Congreso Nacional de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad. José Enrique Campillo se refirió a productos que, aplicados sobre la cintura prometían reducir 4 cm en 40 minutos.
El doctor Campillo, sin embargo, no quiso poner en duda los efectos de dicho producto, "pero lo que sí es cierto", dijo, "es que es un efecto que debería estudiarse en todas las universidades del mundo, ya que va en contra de las leyes de la Física". El investigador, autor de 'El mono obeso' (Crítica, 2004), ha elaborado un modelo matemático que demuestra que, de ser cierto lo que prometía aquella crema, al ser aplicada en un individuo, "habría aumentado la temperatura corporal en varios cientos de grados. Se habría fundido la persona por completo".
En nuestro país sólo hay tres fármacos autorizados por Sanidad que han pasado todos los filtros pertinentes de ensayos clínicos en humanos para el tratamiento de la obesidad, e indirectamente para conseguir la reducción de la grasa. Son los mismos que en el resto de países de nuestro entorno y en Estados Unidos: sibutramina (Reductil), orlistato (Xenical) y rimonabant (Acomplia).
Todo lo demás, explica el doctor Albert Lecube, de la Unidad de Obesidad de la sección de Endocrinología del Hospital Vall d'Hebron de Barcelona, "son sustancias que la mayoría de veces son consideradas complementos dietéticos (los requisitos para su comercialización y los estudios clínicos que precisan son menores que en el caso de los fármacos) o cremas de belleza". Según el doctor Lecube, "ninguno de ellos (especialmente los segundos) acostumbran a tener una base científica ni cuentan con estudios controlados".
Son productos milagro
Es más, fuentes médicas señalan que este tipo de productos "no tienen indicación ni efectividad en el tratamiento del exceso de peso, y pueden incurrir en un supuesto fraude al consumidor, además de los potenciales peligros para la salud por efectos secundarios". Estas fuentes (que han preferido mantenerse en el anonimato) recuerdan que "se ha retirado recientemente del mercado, por cuadros de hepatitis tóxica, un producto como la depuralina, cuya publicidad en horarios de máxima audiencia garantizaba eliminar kilos de deshechos".
La discreción médica de los facultativos que quisieron contestar sin ser identificados (otros ni siquiera recogieron el guante de la entrevista) no es de extrañar si, como explica la web salud.com en el artículo 'Las cremas anticeluliticas, reductoras y quemagrasas son un engaño', se tiene en cuenta que "atacar estos productos puede despertar las iras de los fabricantes". Cualquiera haría lo mismo si viera amenazados unos ingresos anuales de 20 millones de dólares, según las cifras del sector en Estados Unidos. Basta recordar que, a principios de año, las investigaciones sobre los productos de Herbalife tras una demanda por fraude hizo que las acciones de la compañía se desplomaran en Wall Street un 12% en sólo dos días.
Efecto placebo
Entonces, ¿por qué siguen a la venta? O mejor, ¿por qué hay quien las compra? La psicóloga clínica Lupe Estrada tiene algunas respuestas: "Les mueve el deseo de perder los centímetros que creen que les sobran, y hacerlo de forma rápida y fácil. Generalmente saben que no existen los milagros, pero no pueden resistirse ante la esperanza irreal de conseguirlo". Sobre todo, añade, ante el bombardeo publicitario constante al que están sometidos, o el boca a boca "que provoca que la gente se quede de forma selectiva con aquello que considera que le irá muy bien, sin tener en cuenta que aquella persona que le ha explicado las maravillas del producto X lo hace de forma muy subjetiva, en muchos casos alentada por un efecto placebo que impide trasladar toda la información que de verdad afecta a esa pérdida de grasa o peso".
Esta publicidad a lo 'radio macuto' es muy común en los gimnasios, recuerda Juanjo Oya. "Prácticamente en todos se venden o recomiendan este tipo de productos, como L-carnitina, nositol, aminoácidos, batidos...", explica, "aunque me inclino a pensar que su éxito se debe más a la eficacia de su distribución comercial, pues están asociados a un mercado muy específico". Lo malo de este canal de difusión, se lamenta el biólogo e instructor deportivo, es que a veces se olvida "la disciplina, las muchísimas horas de gimnasio y la alimentación saludable y equilibrada que suele haber detrás del cuerpo que han visto y que han adoptado como objetivo".
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