El secreto radica en mantener tu peso “ideal”. Después de un azaroso camino, sólo tú conoces los esfuerzos inútiles realizados, el empeño, el orgullo, el malhumor y la cantidad de energía que has puesto en ello. Has alcanzado tu objetivo y ahora hay que mantenerlo.
No te saltes ninguna comida, aunque hayas hecho un exceso el día anterior. No le sumes un error a otro error.
No comas nunca entre comidas. Si el hambre se te hace insoportable utiliza los mismos recursos que cuando hacías régimen: elige una manzana.
Ten a mano, en tu cocina, las recetas ligeras en calorías que prefieres para que se conviertan en platos habituales de tu dieta.
No repitas nunca de ningún plato. Sírvete la ración adecuada de una sola vez, es la única manera de controlar cuanto comes.
Bebe mucha agua. Suprimir el agua produce efectos exactamente opuestos a los pretendidos: en lugar de deshincharte, tu organismo se defenderá reteniendo el poco de agua que obtenga a través de tu dieta. Además, el agua hace trabajar los riñones facilitando la expulsión de toxinas. Insiste en un litro y medio a dos litros diarios.
Haz ejercicio. No para adelgazar, porque el ejercicio físico no consume una importante cuota de calorías, para perder 500 gramos, el ejercicio tiene que ser realmente intenso, sino para modelar tu cuerpo y preservar tus músculos en detrimento de la grasa. En este sentido, lo importante es la regularidad: es más aconsejable un paseo diario de una hora que toda una mañana de gimnasia intensa. Si al pesarte ves que en vez de perder peso ganas algún kilo, vuelve rápidamente al régimen hasta que consigas estabilizarte en tu peso ideal.